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Andrea Prodan: ¿Un curandero selló el destino de Luca y la Argentina?

Cuando los aviones están próximos a aterrizar, los edificios, las casas y las calles se ven diminutos y exactos, casi como una maqueta. Entre esos límites circulan y se estancan millones de vidas que desde las alturas pueden parecer aún más pequeñas y predecibles. Esa proporcionalidad alterada enciende cierta fascinación melancólica que oculta luces y sombras, pequeñas victorias y derrotas, esperanzas e infiernos crónicos. De a pie, las cosas y las personas tienen otras dimensiones, claro. Pero no hay altura o zoom que permitan distinguir en el acto aquellas circunstancias mínimas que pueden modificar la vida de una persona para siempre. En algunos casos, los caminos que se abren pueden ser tan potentes que se amplifican en familias, amigos, fans, una escena y hasta el ritmo de una ciudad.

A fines de 1979, Luca Prodan estaba de vuelta en Roma. Su estadía en Londres había concluido abruptamente después de una sobredosis que lo puso en coma durante casi una semana. Las autoridades inglesas lo expulsaron mientras avanzaba una curiosa causa por evasión impositiva. El recibimiento en su país natal nada tuvo que ver con una bienvenida. A su arribo al aeropuerto lo esperaba un grupo de carabineros que lo condujeron inmediatamente al hospital militar de Ceillo. “Estuvo seis meses en una celda con custodia. Le dejaban las luces prendidas día y noche. Lo trataron como si fuera uno de los terroristas más importantes del mundo. Era una locura total”, rememora Andrea Prodan. La salud de Luca todavía era muy delicada y el gobierno italiano lo castigaba por haber eludido el servicio militar en dos oportunidades. Luego de seis meses consiguió la libertad, pero el panorama no resultó mucho más alentador. La sombra de su adicción y la muerte de varios de sus amigos lo empujaron a una profunda depresión. Hasta que Michela, la hermana mayor de Luca, tuvo una idea cuyas implicancias jamás hubiera imaginado.

“Luca estaba muy muy mal y queríamos hacer algo, pero no estaba claro qué. En un momento a Michela se le ocurrió llevarlo a un curandero, un tipo de Cerdeña que se llamaba Pino y trabajaba con futbolistas, tenistas y músicos. Era una especie de terapeuta que después a mí me ayudó mucho un par de veces. Luca fue, habló con Pino y este le transmitió una especie de visión: sólo iba a poder zafar si se iba a un lugar muy lejos donde una persona conocida lo esperaba. Además le infundió una gran cantidad de energía, pero le dijo que la tenía que usar pronto. Luca quedó flasheado. Mi hermana también. Hacía días Timmy (Mckern, amigo escocés de Luca radicado en Traslasierra) le había mandado una foto de ese lugar tan hermoso con su esposa, hijas y un perrito, y lo invitaron para que fuera. Luca asoció al instante lo que dijo el curandero con la foto y decidió viajar a la Argentina. El pasaje se lo compró el novio de Michela y gracias a él Luca llegó al aeropuerto de Ezeiza y empezó otra vida”, revela el hermano menor de Luca.

Andrea habla con acento italiano, pronuncia perfectamente el inglés y su castellano articula expresiones eruditas y coloquiales. Y sí, es ineludible escucharlo y no recordar a Luca.

–¿Te sorprendió que Luca tomara la decisión de venir a vivir a la Argentina?

–Nos sorprendió a todos. Se dio de una manera muy rápida. “Luca se va a la Argentina.” “¡¿Qué?!” “Un amigo lo invitó y decidió ir.” Los diálogos fueron más o menos así. De un día para el otro. Eran tiempos muy conflictivos para mi familia. Mi padre se había hartado de los ingleses y había decidido dejar Londres. Quería vivir cerca de Venecia porque ahí estaban sus orígenes, compró una casa y nos llevó casi a la fuerza. Mi mamá quería seguir viviendo en Londres y yo también. En medio de ese caos fue lo de Luca. Nos parecía un poco loco, pero dentro de todo era un intento para estar mejor. La idea inicial era irse por un tiempo y volver. Desengancharse de las adicciones y regresar. Lo tomamos como un paréntesis en su vida. En realidad volvió en el 81, pero para vender la casita que tenía en Londres y con parte de esa plata comprar equipos para la primera formación de Sumo, que era Stephanie Nuttal (batería), Alejandro Sokol (bajo), Germán Daffunchio (guitarra) y Luca (voz).

–En aquellos tiempos las comunicaciones eran bastante precarias. ¿Por eso Luca y vos se mandaban casetes?

–Primero intentamos por teléfono, pero se hacía imposible. En aquel tiempo en la Argentina estaba Entel y en Italia la SIP, que era reconocida como la peor telefónica de Europa. Nuestras conversaciones duraban unos pocos segundos y se cortaban. Era una gran frustración. Se necesitaban horas para volver a comunicarse y hablar, a lo sumo, un minuto. Necesitábamos encontrar otra manera. Entonces surgió la idea de los casetes. La mamá de Timmy era una señora escocesa que vivía en Londres y viajaba periódicamente a la Argentina para ver a su hijo. Entonces comenzamos a intercambiar casetes a través de ella. Luca me contaba cosas suyas y me pasaba temas de Sumo. Yo ya había escuchado a sus bandas en Londres y Roma e incluso había cantado alguna vez en ellas. Luca me preguntaba qué me parecía lo que estaban haciendo y yo veía que había un camino natural en relación a lo que había hecho, pero con una nueva química y desarrollo. Estaba buenísimo. La flasheé al toque. En mis casetes también le contaba cómo estaba y le mandaba música nueva que me gustaba. Los dos siempre fuimos bichos de rock.

–¿Cómo fue la infancia de Luca?

–Realmente no puedo hablar con mucha precisión de sus primeros años porque yo soy entre ocho y nueve años más chico. No estuve ahí. Recuerdo al Luca adolescente, aunque vivíamos en universos diferentes. Yo nunca lo vi en el colegio. Y sé muy bien que los chicos que van a un internado generan una doble personalidad: la que muestran cuando están en su casa y la que tienen en el colegio. Eso me pasó a mí y seguro a Luca. En el colegio creo que era travieso y un gran líder. Un tipo carismático, así lo recuerdan. También era el extranjero exótico en un colegio de Escocia que siempre buscaba quilombo. Conmigo era el típico hermano mayor: el que te afanaba los regalos que te hacían tus padres, te pegaba cuando no lo veían, un hinchapelotas (risas). Ya de más grande era bastante protector.

–¿Cómo empezó a relacionarse con la música?

–La madre de mi padre se llama Marika on Göreg, era de la aristocracia húngara. Fue la hija rebelde que dejó la gran familia en Hungría y se casó con un italiano de la marina de su país que llegó a almirante. Anton von Göreg, mi tío abuelo, era el compositor de la corte de Constantinopla y compuso varios himnos famosos del Imperio Otomano, uno de ellos todavía se sigue cantando en Turquía, como si fuera la “Marcha de San Lorenzo”. Por el lado de mi papá hay muchos antecedentes musicales. A mi mamá también le gustaba y nosotros crecimos con música. Recuerdo muchos viajes en auto con todos cantando. Los cuatro hijos sacamos bastante buen oído musical, pero sólo Luca y yo nos enganchamos mucho con el rock. No sé si las cosas vienen tanto de los antepasados, pero quizá dan un marco. Luca era un oyente muy atento. Les prestaba mucha atención a los discos y en los shows no le gustaba ir frente al escenario: prefería analizar todo desde un costado. En el colegio en Escocia estudióç trompeta y tocaba el tambor en la banda institucional. En esa banda estaba el príncipe Carlos de Inglaterra, que según Luca era un poco incapacitado musical pero tenía mucho sentido del humor.

–En el 82 viniste a la Argentina. ¿Cómo fue esa experiencia?

–Vinimos con mi hermana Michela para ver cómo estaba Luca y qué hacía. Yo también tenía una gran curiosidad de ver en vivo toda esa música que me llegaba en los casetes. Vi tres shows de Sumo y subí al escenario en el bar Einstein. Me acuerdo de que canté un tema que escribí con Luca tres horas antes en su habitación roja, en la enorme casa estilo Tudor inglés de los Mackern en Hurlingham. La canción era “God Is Looking Down (on Little Eden, Tonight)”. La terminó cantando seguido con la Hurlingham Reggae Band. En un par de shows más hice coros y toqué los roto toms. Era la época pre (Ricardo) Mollo, una etapa más under. Lo que escuché y vi fue increíble: era como estar con los Velvet Underground. Más que una banda de rock era un concepto. Estuvimos dos o tres semanas en la casa de Hurlingham, después fuimos a Traslasierra y como mi hermana tenía mosca porque le iba bien en su laburo del cine, nos pagó un viaje a las Cataratas del Iguazú. Eso fue genial porque Luca era un gran amante de la naturaleza en general, le gustaban mucho los pájaros y los dibujaba muy bien. También hubo una minigira por Entre Ríos que fue genial y me dejó muchas ganas de ser parte de esa locura. Luca me decía: “Boludo, vení a tocar el bajo a Sumo”. “¡Pero tenés el mejor bajista que prácticamente escuché en mi vida!”, le respondí. “¡Ponemos dos bajistas!”, fue su propuesta/ solución. En ese tiempo yo tenía una carrera de actor y me iba bastante bien. Decidí seguir mi camino y la vida me llevó por otro lado. Finalmente, cuando pude venir otra vez, ya era tarde. Por otra parte, Sumo era la locura de mi hermano mayor en la Argentina. ¿Por qué tendría que ser parte? Miraba a Luca y sus compañeros de Sumo con gran cariño y admiración. Pero no era mi destino ni mi vida.

–¿Tu familia y vos se asustaron cuando estalló la guerra de Malvinas?

–Yo no porque sabía que Luca no se iba a meter en ninguna situación complicada. Lo muy loco fue que éramos dos italianos y cada uno estaba en una punta del conflicto. Luca en la Argentina y yo en Londres, estudiando. Me acuerdo muy bien cómo fue. El pueblo inglés era muy escéptico en recuperar las islas. La Thatcher vio la guerra como una oportunidad de demostrar que podía ser bien macha, ganar poder y transformar a Inglaterra en una pequeña EE.UU. Pero fue una ruleta rusa. Si la guerra hubiera durado más pudo haber sido bien distinto. Lo de Galtieri fue otra locura: pensar que EE.UU. lo iba a apoyar contra Inglaterra era delirante. En algún momento me preocupé por Luca. Pero él estaba en Traslasierra y se cagaba de risa. Los que sí estaban muy angustiados eran los padres de Stephanie. Imaginate: tu hija está en un país lejano, gobernado por una dictadura que hacía desaparecer gente y de la nada entró en guerra con Inglaterra. Stephanie tenía sólo 18 años y se tuvo que volver, no le quedó otra. Hasta el día de hoy eso la pone triste porque le encantaba estar con Luca y en el primer Sumo.

–La edición de Divididos por la felicidad (1985) implicó el comienzo de una carrera más formal para Sumo. ¿Cómo viste esa etapa?

–En su momento Luca vino a verme a Túnez mientras yo filmaba una película. Ahí me contó que estaba un poco preocupado porque Sumo no terminaba de despegar y a veces era difícil hacer entender la propuesta de la banda. Me parece que de ahí salió la necesidad de firmar con Sony y grabar la discografía oficial. Pero nunca transaron ni perdieron su libertad. Creo que de alguna manera el sueño de casi todos los músicos es tener éxito y dinero. Después Luca se dio cuenta de que eso no era parte de su ser. Los otros Sumo querían ser famosos y ganar dinero. Luca nunca tuvo guita en el bolsillo y la poca que tuvo la gastó en cenas con amigos o alguna novia. Cuando salió Divididos por la felicidad noté que la mayoría de los temas eran conocidos para los que estábamos al tanto de Sumo, pero que habían sido tocados de otra manera, de una forma más moderna. Expresaba otra faceta del grupo. Mi sensación era que Sumo en vivo les rompía el culo a los discos. Al principio los discos no me parecían tan buenos. Pero con el tiempo te das cuenta de que también eran fenomenales.

–¿Cuál es tu disco favorito de Sumo?

–Corpiños en la madrugada, sin duda. Me gustan todos, todos me parecen buenísimos. Pero con el tiempo me parece que Corpiños… es el que mejor expresa la esencia creativa de Sumo. Más allá de la discografía oficial, hay varios temas inéditos y versiones alternativas que nunca se editaron y están buenísimos. Mucho de todo eso lo subí al canal de YouTube Casa Prodan. Un tema como “Ha! Ha! Disco”, el antecedente de “Disco Baby Disco”, es genial. Pero hay mucho más. Sumo era un bicho muy particular. Eran como una pandilla de piratas con un líder único. Cada uno con su personalidad. A las otras bandas les daba un poco de miedo. No eran chaboncitos lookeados y simpáticos.

–¿Cómo te llevás con los ex Sumo?

–De alguna manera los siento como mis tíos. No son como mis hermanos, son los amigos de mi hermano mayor. Cuando los veo siempre hay muy buena onda. He participado en casi todos los proyectos musicales de los ex Sumo. De Divididos a Las Pelotas, pero también en Buda, el grupo de Superman Troglio. Me parece bárbaro lo que fueron logrando después de Sumo. Son historias muy interesantes. Yo voy siguiendo mi camino.

–¿Cuál es el legado de Luca al rock argentino?

–Creo que Luca sigue siendo un incomprendido. Más allá de que tiene muchos fans, gente que lo adula y dice cosas buenísimas. Luca siempre fue como un líder de los outsiders o la gente que la sociedad rechaza. Creo que eso fue así porque él también fue rechazado. Hoy hasta un tachero facho te habla bien de Luca. El éxito y el tiempo son así. Musicalmente creo que Sumo es imposible de copiar. Veo al rock actual y no registro nada parecido. ¿Cuántas bandas hoy siguen el espíritu de Sumo? No veo muchas que hayan recogido el mensaje. Lo que sí me parece que prendió es que de alguna manera Luca te decía que para tener una banda no necesitás ser de Barrio Norte, saberte mil acordes y/o tener los mejores equipos. Si te rompés el culo y hacés lo que te gusta, podés construir tu historia. Si tenés ganas de crear y disfrutar podés enfrentar a un mundo cada vez más de mierda. Luca era un ser humano y como tal tenía sus paradojas. Pero siempre fue fiel a sí mismo. Eso a mí me ayudó mucho y me empujó a repensar mi vida. También intenté no caer en los errores de un hermano mayor. Luca tenía una sensibilidad enorme. Creo que para poder sobrellevarla se tapó con drogas y alcohol. Algunos pesos son demasiado grandes.

–Tu vida también quedó unida a la Argentina.

–Sí. Por mi hermano y por otros encuentros. Desde el momento en que Luca vino empecé a investigar. Había ido a muy buenos colegios, pero de la Argentina conocía poco. Sabía algo del tango, del folklore, de Borges, de la inmensidad de la pampa, de Evita y poco más. Con el tiempo conocí mucho más. Me hice fanático de un escritor argentino genial que se llamó Guillermo Hudson, que hizo toda su obra en inglés. Una de las cosas que me unió a la Argentina fue la revista Humor. Conseguí muchos números y me permitió entender la política del país y la ironía corrosiva de los argentinos. Cuando Luca murió imaginé que nunca volvería a la Argentina. No es que el país tuviera alguna culpa. Pero no dejaba de ser donde murió mi hermano. Los planes se trastocaron en el 95 cuando empecé a grabar en Italia mi disco Viva voce. Llamé a Timmy para hacerle unas consultas sobre producción y justo él había comprado un estudio de grabación. Fue otra casualidad mágica. Inmediatamente me invitó a grabarlo ahí y vine. Con el tiempo conocí a una chica que hacía la prensa de Las Pelotas, tuvimos un hijo y mi vínculo con la Argentina se hizo mucho más fuerte. Fui y volví un par de veces hasta que me radiqué creo que definitivamente en Traslasierra, que para mí es un paraíso. Tuve dos hijos más con otra pareja, hago lo que me gusta, cada vez que puedo  con Romapagana y vivo feliz, sin rendirle cuentas a nadie.

 

Fuente: Sebastián Feijoo / Caras y Caretas

Señor Aguja /twitter: @AgujaRoja

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